El cumpleaños (Pequeñas crónicas 1)


Sí, sí la camaradería, los abrazos, los besos, las pláticas con los viejos amigos, con los no tan viejos, con la familia querida y la otras más obligatoria. Sí, sí también el mole con pollo, las papas con chorizo, la tinga, las rajas con elote y queso, las tortillas de ley, todo servido en platos rectangulares de unicel. Y para pasarlo: refrescos, algunas cervezas y agua de tamarindo que, a los menos afortunados (o sea mi esposa, una amiga y a mi), nos causó una memorable diarrea.

Y qué bonitos momentos en la fiesta. Con las fotos del recuerdo con los amigos, el sobrinito, los tíos, la suegra y los viejos caseros que nos prestaron su roof garden de vecindad, apenas un tejabán entre los tinacos y los tanques de gas.

Y aquí se habla de política y allá de las travesuras del niño y de su hermanito que viene en camino; en aquella esquina junto al tinaco los tíos se reencuentran y no sé de qué hablan y en el sillón el primo y su novia cayeron dormidos. En qué quedó la telenovela, qué buenas son las series gringas...

¿Pero qué se festeja? El cumpleaños de mi esposa y cantamos las mañanitas más desangeladas de los últimos años y comparte las velitas con el sobrinito que nunca distingue las fiestas ajenas de las propias y luego nadie la empuja y ella solita se embarra de pastel con la mordida. Y qué felices somos todos cuando le vemos el merengue en la nariz.

Dan las diez y todos se van, das las gracias, felicitan, otro abrazo, “a ver cuándo nos vemos” y se acabó. Se acabó la fiesta-reunión, pero comienza la postfiesta-reunión que ya no es divertida porque es limpiar y barrer, recoger basura y deshacer lo hecho y hacer lo deshecho. Fin de la historia.

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