No voy a mentir: no me siento bien y de pronto mi vida entera parece derrumbarse

O, ya sabes, al menos eso parece... Las impresiones suelen ser más graves que las posibilidades.
 
Tengo la necesidad urgente de mudarme de la casa donde vivo. Mis vecinos no sólo no son agradables sino que son claramente peligrosos. Se dedican a vender drogas al menudeo. Tienen una narcotiendita.
 
Si solo fuera eso no habría mucho problema pues ellos tienen sus negocios y no pienso interferir. Lo malo es que consumen... Y sus amigos y vecinos también. La calle entera huele a marihuana y solvente. No es nada saludable para el crecimiento de mi  hijo, que igual puede distinguir cuando mamá o papá están tensos al entrar a la casa y pasan frente a cuatro o cinco sujetos que fuman e inhalan...
 
No es sano. No es seguro. No es relajante.
 
Llegamos a esta casa casi dos años tarde, luego de la elaboración de un plan de vida que ha cambiado radicalmente. Cuando la compramos no teníamos idea del tipo de vecinos que tendríamos, tampoco teníamos al pequeño.
 
En aquel entonces la idea era poner un negocio, dejar de ser empleados y comenzar una empresa juntos.
 
Poco más de dos años después la situación ha cambiado. El pequeño modifica los ritmos de vida, las prioridades y los gastos. Yo quisiera ganar el doble de lo que gano y trabajar la mitad. Quisiera tener un barril lleno de billetes e invertirlos en el negocio. Renunciar a mi trabajo, despedirme para siempre de mis jefes, del medio hipócrita y engañoso que me da de comer...
 
Y ese es el plan. Otra mudanza, otra aventura. Un salto al vacío. Un giro de 180 grados.
 
Tendré que brincar, de nuevo, pero ahora sosteniendo con una mano a mi esposa y con la otra a mi hijo. Somos un equipo. Así lo he visto desde siempre, desde antes que él naciera, desde que estábamos esperándolo. Hay que moverse, hay que iniciar la acción, no quedarse inmóviles, no permanecer, no quedarse, no conformarse. Planear, visualizar, prepararse e ir paso a paso. Tener una meta clara... Al menos quiero pensar que así deben ser las cosas. 
 
Y ante el panorama del inminente cambio, viene el miedo, el terror, la innegable incertidumbre, la dificultad y el sufrimiento que se avecina, que se deja ver a lo lejos, como una enorme nube de tormenta que se recorta en el cielo azul. Inmensa, amenazante, pero al mismo tiempo inexorable, inevitable.
 
Quisiera dejarle al tiempo la decisión del porvenir. Quisiera dejar en prenda mi fe y olvidarme del futuro. Sentarme a ver qué pasa, confiar en que la suerte me dará una buena cara y que todo se resolverá. Pero sé que eso no solo no pasará, sino que es un lujo que no puedo darme cuando hay dos almas que cuentan conmigo...
 
No, la suerte no tiene cabida en esta ecuación. 
 
Pero la fantasía sí. Por eso escribo, por eso imagino, por eso sueño. Por eso cierro los ojos en las noches, y a veces, cuando logro recordarlo, miro a mi derecha y veo ese barril rebosante de billetes. Vengan a mi.

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