Al psiquiatra y sin antidepresivos

Entré de nuevo en una especie de espiral de depresión. No me podía levantar, no me reconocía en el espejo, pensaba en tirarme del puente cada día que lo atravesaba, no le encontraba mayor sentido a la vida... Lo de siempre, lo de cada vez que me pasa la depresión encima.


En esta ocasión, tenía la nueva variable de no tener mucho dinero para las pastillas, además de tener la presión de mantener a mi familia, con un hijo, además, que requiere de mucha atención. Fui con la psiquiatra con la intención de desahogarme, sí, pero también con la idea de que me recetara pastillas para sentirme menos mal, por no aspirar a sentirme bien.


Mi sorpresa fue que se negó a darme la receta para comprar pastillas. Me dijo que no quería tenerme medio adormecido en este periodo que ella considera importante para mí y mi hijo. Además de que la medicina siempre es más cara y eso conlleva a más estrés y más depresión. Es un círculo bastante difícil de romper. Al menos para mí que no gano mucho dinero.

Pero me recetó unas vitaminas. El costo es ligeramente menor, aunque no mucho. Y el resultado ha sido si no mágico, sí satisfactorio, pues aunque no me quita la depresión, al menos me permite trabajar con cierta libertad.


Me he podido levantar sin tantos problemas, he podido concentrarme en el trabajo, he podido leer entendiendo casi todo a la primera lectura y en general no me he sentido soñoliento, como seguramente me hubiera sentido con las pastillas de siempre.


Todavía me hace falta tomar otra pastilla que me recetó y que no he comprado básicamente por falta de ganas. A penas hoy, casi dos semanas después de que me las recetó, pregunté en la farmacia por ellas. Me las entregan la próxima semana. Ya veré qué efectos nuevos tienen las dichosas pastillas. Espero que me sirvan, que me hagan sentir menos estúpido, más concentrado. Al menos eso, ya que sé que la felicidad, la tranquilidad, eso es imposible de tener por cualquier pastilla.

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