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Mostrando las entradas de julio, 2008

Ahora sí que la cagué

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Hay veces en que no sé por dónde empezar... Raro. Las cosa suelen ser más fáciles cuando no tengo que pensar y me dejo llevar por la furia o la tristeza. No hay más. Blanco o negro, siempre en los extremos. Y cuando estoy en la medianía, así me siento, mediano, ni de aquí ni de allá. Mediocre, pues. En cambio, cuado estoy o muy deprimido, o muy eufórico, al menos me siento perteneciente a algo, como si tuviera de nuevo 19 años y me fuera absolutamente necesario pertenecer a uno de estos dos grupos... Y de ahí también el problema. Extrañar la enfermedad a falta de algo mejor que hacer. Pero calma, calma, frío, frío. Más vale llevarla con tiento y no caer en lo que tristemente sí y de nuevo sí. Hace ya algunos días, semanas, incluso un mes o más, la verdad es que me daba mucha pena pensar sobre el caso y escribirlo, pero hoy traigo los dedos flojos; decía que hace algún tiempo perdí el control (sí, ajá, de nuevo) con mi esposa. Le grité, le espeté sin miramientos cosas íntimas y persona

México deprimido

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"En México, una de cada cinco personas padece depresión, y sólo una de cada 10 recibe atención, por lo que vamos a incidir en la capacitación de médicos del primer nivel de atención, y en los profesores universitarios de todo Jalisco", afirmó el director del Instituto Jalisciense de Salud Mental, Daniel Ojeda Torres. Según el censo de 2005 realizado por el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), en México viven 103.3 millones de personas en México, por lo que la afirmación implicaría que cerca de 20 millones 660 mil mexicanos padecen depresión, sin contar la variación poblacional hasta la fecha. Esto implicaría que México alberga el 17% del total de personas con depresión en el mundo, ya que este padecimiento afecta a 121 millones de personas en toda la Tierra, según un informe de la Organización Mundial de Comercio (en inglés). La depresión es una enfermedad que es diagnosticada de cinco a 10 años después de que se manifiestan sus primeros síntoma

Una vez más

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Hace unas tres semanas tuve dos días de aceleramiento por razones desconocidas. Luego, como era de esperarse, vinieron días de depresión. Me preocupa, a mi esposa la asusta. Pero no pretendo regresar a las pastillas. Son más caras y no estamos para esas cosas... Debería sacar algo bueno de esos días de aceleramiento. Me siento obligado. Quizás lo más positivo es que al final nunca exploté. A pesar de mis intensas ganas de gritarle a la gente (al menos a una compañera del trabajo y a mi esposa) que se callara, me contuve con todo lo que eso implica. Esa semana mantuve la casa medianamente limpia como parte indudable de mi aceleramiento. Ahora que ya estoy más tranquilo (o deprimido, pues) la casa es una zona de desastre otra vez.

Despachos de guerra

Leí un libro que me dejó pasmado. Se llama Despachos de guerra de Michael Herr y es una crónica no muy periodística sino más bien psicodélica de la guerra de Vietnam. El estilo arrebatado, punzante, en momentos reflexivo, y en momentos tierno, a veces vertiginoso y a veces cautivador, me deja la certeza de que todavía la literatura me puede provocar este sofoco que sólo las grandes emociones causan. Es un alivio saberme vivo y sensible después de todo. La visión de Herr, más humana, menos militar-política-histórica, revela que la guerra de Vietnam fue, antes que nada, un desmadre que muchos temían, pero otros más lo deseaban, lo buscaban, lo provocaban como quien, no conforme con su sufrimiento y su vida, busca afanosamente la muerte. En su narración todos, o casi todos están enfermos: están locos. La guerra los volvió locos y algunos se hicieron adictos a esa locura, a las pastillas que se les entregaban para dormir y despertar, a la marihuana que se repartía en la tropa, a matar,

Adiós Maru

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Hace dos semanas falleció una tía muy querida. Ha sido muy triste para todos. Su muerte resolvió su problema: no dejaba de sufrir por el fallecimiento de mi tío hace dos años. Estaba tan deprimida que incluso personas que no la conocían ni sabían de su sufrimiento podían notar que algo muy grave pasaba en su interior. No era una mujer muy grande. Tenía, creo, 58 años y murió de un paro cardiaco fulminante. Dirían que murió de tristeza. En esos días, egoísta como soy, pensé no en mi muerte, ultimadamente es la que menos me importa, sino en la de mis padres, de mi esposa, de mis seres más cercanos y queridos. Me da terror enfrentar esas muertes. Si por mí fuera, preferiría que ellos me enterraran. Creo que siempre es mejor irse que quedarse. La muerte de mi tía ha dejado una estela de sufrimiento: mis primos, sus nietos, sus hermanos. De veras prefiero mi muerte a la de los demás.