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Mostrando las entradas de mayo, 2009

Ejercicio (2 de2)

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Encuentro entonces mi propia estatua. Es de bronce, mide unos dos metros y medio. No está en una posición triunfadora, ni retadora, o guerrera. Simplemente está ahí, parado, vestido con una playera de manga larga, pantalones de mezclilla y botas negras. Tiene las manos en las bolsas y mira al frente sin mucha intención. No mira al horizonte, más bien parece estar pensando en algo que se le quedó atorado, tiene la mirada perdida y está pensando en algo que se le acaba de ocurrir y sin querer está concentrado en eso, sin saber bien a bien qué es. En la placa, también de bronce, dice con letras bajo relieve: ¿De veras hay algo que valga la pena? La estatua cobra vida. No es que se mueva, tampoco es que hable, parece que se comunica sin palabras. ­-¿Por qué estás aquí? -No sé. -Digo, entiendo que si la señora de las quesadillas tiene su propia estatua, tú también podrías tenerla, pero ella hacía quesadillas… ¿tú que has hecho? -Ya te dije que no sé. Y a veces no me importa. Yo sólo esto

Ejercicio (1 de2)

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Camino en un bosque sin un rumbo fijo. Creo que estoy perdido, más de lo que nunca pude pensar. No puedo pensar claramente, camino sin pensar, como un reflejo; no pienso en nada específico salvo estar caminando sin rumbo fijo. De veras que estoy perdido. Contrario a lo que suele encontrarse en los bosques, en éste no hay ruidos, no hay animales, aves o viento que rompa con esta especie de nata silenciosa, densa e impenetrable que me envuelve. Ojalá hubiera el canto de una ave, o los pasos de una ardilla que me distrajera, que llamara mi atención, pero no, estoy tan solo que los árboles mismos parecen quitarse de mi camino. Así, veo un pequeño cerro al fondo del bosque. A este paso no son más de 10 minutos caminando y es la única cosa en este paisaje que llama mi atención. La pendiente no es pronunciada, pero el cerro está un poco pelón, la tierra es arenosa y me cuesta un poco de trabajo subir porque me hundo en la tierra tan suave. Al llegar a la parte alta del montículo,

Lo que la influenza se llevó

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Vivo en México, y casi en el centro del DF. Hasta el momento se ha confirmado la muerte de 15 personas por la influenza porcina. Los últimos tres días de la semana tuve que trabajar con tapabocas en la oficina y viajar en metro dispara mi adrenalina. La suerte trajo la enfermedad a la ciudad y con ella, todos sus habitantes hemos sido conscientes de una cosa: la muerte es real y se contagia. La influenza en tan sólo una semana se ha llevado a varias personas: mujeres y hombres jóvenes y productivos. Pero no sólo eso, también se llevó la tranquilidad, incipiente si se quiere a raíz de la otra crisis económica; arrasó con el poco cariño que nos tenemos. Si antes era difícil saludar de mano al jefe y de beso a la compañera horrenda, ahora es una bendición la alerta. Pero qué pasa con los hijos, los papás, la novia, el marido y la esposa. La enfermedad ha dispuesto una separación obligatoria, aunque quizás de esto saquemos algo bueno. Ha quedado claro que los mexicanos, en su gran mayo