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Mostrando las entradas de noviembre, 2011

Una llamada

Leonardo está despierto desde hace veinte minutos pero se resiste, sin mucho esfuerzo, a abrir los ojos. ¿Para qué? Ahí sigue el techo de tirol cuyas formas lo tienen tan aburrido como su propia vida. También ahí está la pared con el póster enmarcado de “La vendedora de alcatraces” de Diego Rivera que tanto odia. El baño sigue sucio de dos semanas, la alfombra está sembrada con bolitas de cabello, y hay una montaña de ropa sucia erigida desde tres semanas antes. ¿Para qué abrir los ojos? Tiene calor debajo de las cobijas. Seguro son más de las ocho de la mañana y es un día claro. Está boca arriba. Así amanece diario. Se duerme de lado, pero invariablemente en las mañanas despierta viendo el techo. Está cansado de lo mismo. Afuera la gente está en sus trabajos, tomando el primer café de la mañana, en el camión, en el metro rumbo a sus oficinas. Leonardo dejó de trabajar hace tres semanas. Renunció. Como en otras ocasiones, le bastó con un pequeño coraje para tom