Ejercicio (2 de2)

Encuentro entonces mi propia estatua. Es de bronce, mide unos dos metros y medio. No está en una posición triunfadora, ni retadora, o guerrera. Simplemente está ahí, parado, vestido con una playera de manga larga, pantalones de mezclilla y botas negras. Tiene las manos en las bolsas y mira al frente sin mucha intención. No mira al horizonte, más bien parece estar pensando en algo que se le quedó atorado, tiene la mirada perdida y está pensando en algo que se le acaba de ocurrir y sin querer está concentrado en eso, sin saber bien a bien qué es. En la placa, también de bronce, dice con letras bajo relieve: ¿De veras hay algo que valga la pena? La estatua cobra vida. No es que se mueva, tampoco es que hable, parece que se comunica sin palabras. -¿Por qué estás aquí? -No sé. -Digo, entiendo que si la señora de las quesadillas tiene su propia estatua, tú también podrías tenerla, pero ella hacía quesadillas… ¿tú que has hecho? -Ya te dije que no sé. Y a veces no me importa. Yo sólo esto...