La diferencia

Recuerdo que hace más o menos un mes, quizás un poco más, estaba sentado en esta misma banca, sintiendo que nada en la Tierra valía la pena para sobrevivirla. Tenía la mente totalmente en blanco, estaba como ido, y con la certeza de que mi vida acabaría, o tendría que terminar pronto. Ya no siento esa horrenda sensación de querer terminar con todo, ni tampoco la vacuidad del mundo. Se ha ido. Tengo que admitir que tampoco siento que el mundo me pertenezca y que está ahí esperando a que lo tome por asalto. No siento unas ganas incontrolables de vivir y hacer miles de cosas. Pero estoy mejor. Por ahora me conformo con no tener que padecer el dolor y ese sentimiento de orfandad que me aquejaba esos días.