Depresión y lo terribles 40

A estas alturas de la vida no sé qué hacer con mi vida. Tampoco sé bien quién soy. De verdad. Hasta me da pena. Diría que me da pena ajena, pero no. Es muy mi pena. Tengo una vida ya muy hecha. Más de 10 años de experiencia laboral, más de 10 años casado, padre relativamente bueno (al menos eso quiero pensar). Pésimo amigo, pero con un grupo sólido e inquebrantable de ellos. Y muchas, muchas inseguridades, miedos (que a veces son terrores con los que vivo a diario), planes incumplidos e ilusiones rotas.
Me veo en el espejo y veo el mismo rostro de hace 20 o 25 años. Siempre, a cada momento me dicen que soy comeaños. Sí aparento físicamente al menos 10 años menos de los que tengo. Y tristemente creo que mental y emocionalmente soy aún más inmaduro. Como si tuviera 15 años. Mantengo las inseguridades de aquellos años. Mis sueños y planes tampoco han cambiado. Lo cual es triste porque quiere decir que no los he logrado. Y eso es una realidad. Cuando era adolescente, y más adelante, cuando era un joven universitario y prometedor, me fijé varias metas. Algunas las he logrado. Otras, las que, creo, son más íntimas, más vinculadas no al desarrollo social-económico de mi vida, sino al alivio y satisfacción de mis gustos e inquietudes muy personales, esas, siguen sin cumplirse y lejos, lejos de siquiera atisbar una resolución.
Siempre me excuso con la falta de tiempo, con la falta de energía, con la falta de ganas. Y lo dejo para el próximo fin de semana porque durante la semana no puedo por el trabajo, por la familia, pero el fin de semana los compromisos sociales, la flojera, la casa que te absorbe, los hijos que te exigen, la depresión que te aplasta... El punto es los fines de semana, las horas que pudiera dedicarle se pasan como agua. Me come Netflix, me comen las redes sociales, me come la charla, la pelea familiar, el estrés por el trabajo, por las enfermedades que parecen ensañarse con esta familia... Nunca entonces hay oportunidad para hacer las cosas que se supone me harán feliz, que se supone son las que mejor sé hacer. Las cosas que me alejarían de la tremenda tristeza, la frustración, de esa castrante sensación de que estás estancado, como amarrado con una cadena al suelo que te impide caminar. Ya ni hablemos de correr, de saltar, de volar a otra parte de mi propia, vida.
Si mi vida fuera una novela, estaría estancado en la misma página a mitad de la historia, incapaz de continuar porque estoy atorado en unos párrafos confusos, repetitivos, incoherentes, aburridos y parecen que no lleva a ninguna parte. ¿Te suena conocido?
Me faltan unos meses para llegar a los 40. No recuerdo si a los 15 o a las 20 me fijé alguna meta para cuando cumpliera 40. Tengo muy mala memoria y francamente no sé si en alguna parte lo escribí o si se lo dije a alguien. Lo que sí puedo dar fe es que hace unos años (5-6) me propuse dejar de ser empleado, poner mi propio negocio y, de ser posible, salir de este país. De eso, nada lo he podido cumplir y tristemente estoy lejos de concretarlo. Aún más triste dada la situación económica, social y política que le espera a México.
No sé cuántos años vaya a vivir, pero creo que voy más o menos a la mitad de mi vida. Y si me preguntan si me ha gustado o qué tan satisfecho estoy con esta primera mitad, creo que en una escala del 1 al 10 le daría un 7. He hecho cosas buenas, pero no lo suficiente. Y me quedan todavía muchos planes por cumplir, aunque con muy pocas energías para emprenderlos. La maldita rutina, las (a veces) absurdas obligaciones, el desgano, la tristeza, el vencimiento, el bloqueo, el autosabotaje.
Tengo casi 40 años y a veces creo que mi peor enemigo soy yo mismo.

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